Amor y Melancolía
- Lorraine Ciudadella
- 25 feb
- 7 Min. de lectura
*Editorial publicada en Revista Amarena Link - https://amarenamag.com/amor-y-melancolia/
AMOR Y MELANCOLÍA
Por Lorraine Ciudadela Maquillaje y Peinado - Christopher Ramírez Fotografía y edición – Milton Cavazos
Para el release issue de la primera edición editorial de Revista Amarena, me invitaron a escribir un artículo sobre el amor. Pero tengo el corazón triste así que mejor escribiré sobre moda.
Los armarios, como las identidades, se construyen con el tiempo. Se van llenando de recursos que uno va adquiriendo de maneras tan diversas como inesperadas. Eso, y la interpretación de quien las porta, da origen a una identidad indumentaria única e irrepetible (si se es lo suficientemente creativo y si la experiencia de vida de uno es lo suficientemente interesante). Esa es mi teoría.
En esta producción de Valentines, decidí navegar junto con mis amigos Christopher y Milton por las profundidades de mi armario, encontrando e hilando recursos que tenían sus propias historias, pero que al ser nuevamente interpretados y con la participación de mis amigos, daban origen a una nueva narrativa. La serie la decidimos llamar: Amor y Melancolía.
Retratar el amor desde la melancolía es describir la causa por el efecto: La melancolía es el amor cuando se pone triste.
La trampa de la melancolía es la de sentirse insatisfecho del estado actual bajo la tentación de volver a un tiempo o estado, sin saber sin embargo precisamente cual, ni del del que se tiene un recuerdo claro. Así lo retrata Emile Ciorán, filósofo y pensador rumano-francés del siglo XX en su libro “Ese maldito yo”.
Aunque Ciorán se consideraba un escéptico nihilista incluso del amor, sí compartió su toda su vida con una única mujer: Simone Boué. Todo el mundo me exaspera. Pero me gusta reír. Y no puedo reír solo, afirmaría.
La intervención de otros en la vida de uno es en ese sentido, imprescindible. Al final, somos la galería de todas las personas que pasan por nuestra vida y todo lo que traen, dejan, se llevan y les damos.
Pero prometí que no hablaría de amor, así que ahora voy a contar la historia del primer look que armamos:

La base del primer look reside en el vestido. Un BCBG Maxazria que rescaté hace unos años del bazar de Sofimak. La falda, con capas de crinolina y crin integradas, provoca un efecto globo que a su vez, se encuentra en “guerra” permanente con el inconfundible acabado del tafetán de seda del textil superior, provocando a la prenda constantemente vidriosas expresiones diversas y dando, a mi gusto, la atmosfera de tiempo detenido.
El vestido lo emparejamos con un collar XL de cristales de mi colección, que, a su vez, emparejamos con anillos de piedras de la misma textura y color de la colección de Christopher y Milton, y que montamos sobre guantes rojos -también de su archivo- para destacarlos y provocar más dramatismo. Ahí les va el segundo secreto: El collar no es collar en realidad, es un cinto, que pertenece a otro vestido de terciopelo que decidimos no incluir en la sesión.
Stilletos rojos clásicos montados sobre medias rojas, que también llevan su secreto: Aunque en esta temporada están de ultra moda, llevan en mi colección guardadas años y fueron adquiridas más bien en una tienda de disfraces infantiles. En ese entonces no estaban popularizadas en el mercado y yo tenía ganas de algo así para un look, así que fue el único lugar en dónde pude encontrarlas en su momento. “Para niñas de 10-12 años” reza la etiqueta. Gracias a Dios mi cadera sigue midiendo 90. Pagué $20 por ellas y hoy son un must en cualquier armario.

El segundo look, duele. Ese abrigo rojo tiene su historia, pero no la vamos a contar: Le prometí al editor ser breve y objetiva, así que me voy directo a lo demás. Conservamos los stilettos, las medias y cambiamos el collar XL por una gargantilla también de cristales. Hay que poner especial atención a la falda de licra. Tiene una textura integrada de líneas como de listón barrotado y, Aunque Usted No Lo Crea, tiene en mi archivo más de 15 años. Así es querido lector, la compré cuando estaba en la secundaria y se usaban esas falditas microscópicas para ir a los bailes de XV años. Gracias al cosmos, aunque no la uso tanto, no se vendió en el último Closet Sale que hice, y hoy, reivindicada, se me ve mejor que nunca ¿A poco no?

El tercer look es uno de mis favoritos y el que quizá tenga una de las historias más interesantes. Este conjunto de dos piezas podría no ser una casualidad. El vestido es una adquisición mía de hace unos cuatro años en un bazar de pre-loved. Lleva hombros caídos y un largo propio del invierno. Sin embargo, el abrigo-capa con cuello de peluche del mismo color y textura, llegó a mí muy recientemente por obsequio de mi amiga Caro Vargas, extraordinaria cantante con un estilo de vestir único. Ella me contó que esta pieza fue una de sus favoritas de usar por años, y que, a su vez, a ella se la había regalado una amiga suya quién la había usado por algún tiempo, y que, a su vez, a esta amiga se la había heredado su madre que también la había adorado por años. A juzgar por la etiqueta, debe ser una pieza de finales de los 80 o principios de los 90. Como todas las piezas que las mujeres amamos y cuidamos, esta impecable. Lo precioso de la generosidad es que, al dar, no pierdes, más bien, multiplicas. Me llena de ilusión el solo imaginar la cantidad de versiones en looks que ha dado esta capa a lo largo de las décadas, a través de diferentes mujeres, todas con una personalidad única, escribiendo con los mismos recursos su propia historia, y también, escribiendo un capítulo más en la historia de la prenda. Ilusión es la nostalgia del futuro, y melancolía, es la añoranza del pasado. En el mundo de la moda, nada grita más este sentimiento que el color burgundy montado sobre terciopelo. Así que decidimos emparejar con perlas de múltiples largos, épocas e historias.

Al último look le sobran páginas. Ese vestido negro tiene años en mi armario y en su momento costó caro. A días de haberlo comprado estuve a punto de regresarlo porque sentía que había destinado demasiado dinero en un vestido tan simple. “Es un little black dress como tantos” me reprochaba a mí misma. Por una cosa u otra pasaban los días y no se me hacía en la agenda ir a la boutique a regresarlo hasta que pasó un tiempo considerable y ya me dio pena devolverlo. Se quedó años guardado con la etiqueta y el imprudente precio en el fondo de mi armario, y con el tiempo se volvió un objeto incómodo para mí misma que prefería no usar: O lo revendo o lo guardo para una ocasión importante, pensaba. Vinieron cientos de ocasiones importantes y muy importantes, y por más contradictorio que parezca, hubo veces en las que salí a comprar otros vestidos para tales, antes que usar ese que ya tenía. Algún día hice las paces con el hecho y lo usé en varias ocasiones “X’s” a modo de auto-terapia. No hubo una sola vez en todas esas que la gente alrededor no dejara pasar la oportunidad de decirme lo bello que les parecía: El vestido se reivindicó a sí mismo. “Jaque-Mate”, pensé. Luego ese vestido fue mi vestido de la suerte: No solo me sentía muy bien con él puesto, también me llevó a grandes alegrías. Luego me empezó a caer gordo. Le intenté recuperar, aunque fuera una parte de la inversión, ofertándolo en al menos dos closet-sales que organicé y ¿Adivina qué? ¡No se vendió, ja! Casi no lo uso, y cuando estábamos preparando los looks para esta producción, aunque armamos juntos más de 15 opciones, Christopher y Milton lo escogieron en el Top 5, que luego fue el Top 4. “Este NO se puede quedar fuera” dijeron imperativamente. Les conté la historia y mi fracaso en la misión de post-venderlo y Christopher dijo “Ay hermana, es que de plano este vestido a nadie más le entra ni en una pierna” “Es un bandage y ya no los hacen así” contestaría Milton. Lo que fuere, no sé si consciente, inconsciente o subconscientemente, pero dejé este look para el último, con el riesgo de que se nos acabara el tiempo y no alcanzara a salir en la sesión. ¿Lo mejor se reserva al final? No lo sé, una vez más el tiempo lo dirá, y tal vez, otra vez, el vestido se vuelva a reivindicar a sí mismo.
El sombrero, de Nine West, lleva también años en mi colección. La noche antes de la sesión Christopher me comentó “Fíjate que Milton estuvo buscando unas flores rojas para agregárselas al sombrero y que no se viera tan negro todo, pero no encontró nada que nos gustara”. —Amigo estás hablando con el diablo le contesté. Saqué la escalera de cuatro peldaños, subí a la parte más alta de mi armario, y en mi archivo de toquillas, saqué esta de flores rojas de la marca artesanal Rosa a la Mexicana. ¿Algo como esto? Le mando video desde arriba de la escalera y mi cabeza topando con el techo. ¡Exactamente! Contestó Christopher. Y mi orgullo coleccionista no podía estar más horondo. El resto es historia.
Hay una palabra alemana Sehnsucht que no tiene un equivalente preciso en el español, significa algo así como añoranza de algo. Tiene raíz romántica y hasta connotaciones místicas. C. S. Lewis la definió como el inconsolable anhelo del corazón humano de no sabemos qué. Su raíz etimológica das Sehnen, deseo ardiente, y die Sucht, adicción o búsqueda, podrían traducirla literalmente como deseo de deseo. Como sea, los psicólogos alemanes la catalogan de fuerza destructiva y autodestructiva…
Hablando de fuerzas y contraposiciones, la palabra armario es una de mis favoritas para definir a la colección de prendas y accesorios que visten mi vida. Me gusta porque tiene connotación bélica: de armas. No soy fan de las guerras pero si de las ciudadelas: Antes que atacar, defienden. En los días de mayor vulnerabilidad, nada me ha hecho sentir más segura y completa que construir un buen outfit. Voy a mi armario y construyo, capa por capa, prenda por prenda, almenar por almenar, rediseño, replanteo, agrego, quito, corrijo…Cada vez una nueva ciudadela, fortaleza de baluartes.
Ampliar el arsenal es altamente satisfactorio. Salir a buscar recursos, crearlos, comprarlos, heredarlos, interpretarlos, montarlos unos sobre otros y crear nuevas historias… El proceso es tan excitante como terapéutico. Todos reflejan una narrativa interna que a cada ocasión de usarlos se vuelve más rizomática y más poderosa.

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